A mediados de los años ochenta, el automovilismo europeo vivía una de sus épocas más apasionantes. La era del turbo estaba en pleno apogeo, y cada fabricante quería dejar su huella en una competición que se había convertido en un laboratorio de ingeniería y prestigio. Ford, una marca con una profunda tradición deportiva, se encontraba ante un desafío: recuperar el protagonismo perdido en los rallyes y los campeonatos de turismos tras el ocaso del Escort RS1800.

El proyecto que daría vida al Sierra RS Cosworth nació de una idea audaz: crear un coche de serie que pudiera dominar en los circuitos y en los tramos. No bastaba con fabricar un modelo rápido; debía ser un vehículo diseñado desde cero con la competición en mente, homologable bajo las normas del Grupo A de la FIA, que exigían una producción mínima de 5.000 unidades.

El primer paso fue la alianza entre Ford Motorsport y Cosworth Engineering, dos nombres que ya eran sinónimo de éxito. Cosworth aportaría la experiencia técnica necesaria para desarrollar un motor que no solo fuera potente, sino también fiable, y Ford pondría los recursos industriales para llevar esa tecnología a la carretera. El resultado fue el nacimiento de uno de los motores más legendarios de la historia moderna: el Cosworth YB 2.0 DOHC turboalimentado, un bloque derivado del Pinto que sería capaz de soportar potencias muy superiores a las imaginadas inicialmente.

En paralelo, el diseño del coche se basó en el Sierra de tres puertas, elegido por su aerodinámica natural y su ligereza. Sin embargo, los ingenieros sabían que no bastaba con añadir potencia; hacía falta un trabajo exhaustivo en la carrocería. Así nació uno de los rasgos más icónicos del automóvil: el alerón trasero tipo “cola de ballena”, una solución técnica que aumentaba la estabilidad a alta velocidad y se convirtió en un símbolo de toda una generación de coches de alto rendimiento.

El Sierra RS Cosworth, presentado oficialmente en el Salón de Ginebra de 1985, representaba la fusión perfecta entre ingeniería y emoción. Su estética agresiva, su sonido característico del turbo y su comportamiento brutal lo convirtieron instantáneamente en un icono. No era un deportivo refinado: era una máquina de carreras con matrícula, creada para dominar tanto en el asfalto como en los sueños de quienes lo admiraban desde la acera.

Cuando las primeras unidades comenzaron a salir de la planta de Genk (Bélgica) en 1986, pocos imaginaban que aquel coche se convertiría en una leyenda. Pero el tiempo demostró que el Sierra Cosworth no solo fue un éxito deportivo: fue el símbolo de una época en la que la ingeniería mecánica alcanzó su máxima expresión antes de la era electrónica. Su combinación de potencia bruta, aerodinámica avanzada y carácter indómito marcó un antes y un después en la historia de Ford y del automovilismo europeo.

El rugido del turbo, el silbido de la válvula de descarga y la firmeza del volante al salir de una curva se convirtieron en sensaciones inolvidables para toda una generación. Y así, sin saberlo, Ford había creado algo más que un coche rápido: había dado vida a una leyenda sobre ruedas, un símbolo eterno de la pasión, la técnica y la audacia de los años ochenta.

Génesis del proyecto — La alianza Ford-Cosworth

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A comienzos de los años ochenta, Ford Europa se encontraba en una encrucijada. La marca del óvalo azul, que había disfrutado de un enorme éxito en los rallyes con el Escort RS1800 y su motor BDA, había perdido terreno frente a los potentes modelos de Audi, Lancia o Peugeot. La llegada de los coches con turbo y tracción integral revolucionó el panorama, y Ford necesitaba un arma competitiva que estuviera a la altura de las nuevas exigencias técnicas.

El proyecto nació en Ford Motorsport, bajo la dirección de Stuart Turner, una figura legendaria en la historia del automovilismo. Turner entendió que la clave para volver a la cima no era crear un coche de competición desde cero, sino partir de un modelo de producción y convertirlo en una máquina homologable para el Grupo A, la categoría que entonces dominaba los campeonatos de turismos y rallyes.

La primera gran decisión fue elegir la base del proyecto. Aunque el Escort era el favorito sentimental, su plataforma ya no podía soportar la potencia que se buscaba. El elegido sería el Sierra, un modelo familiar recién presentado en 1982 que, pese a su reputación de coche conservador, escondía un potencial aerodinámico excepcional gracias a su diseño de baja resistencia al aire (Cx de 0,34).

Pero para convertir un turismo convencional en un coche de alto rendimiento hacía falta algo más que aerodinámica. La pieza central sería el motor, y ahí entró en juego la alianza con Cosworth Engineering, una compañía británica fundada en 1958 por Mike Costin y Keith Duckworth, célebres por su experiencia en motores de competición, especialmente el mítico DFV de Fórmula 1.

El encargo de Ford a Cosworth era claro: crear un motor capaz de ofrecer al menos 200 caballos, con un potencial de desarrollo que permitiera alcanzar los 300 CV en competición, y que pudiera fabricarse en serie con un coste razonable. Cosworth aceptó el desafío, proponiendo un bloque derivado del Ford Pinto 2.0, pero completamente rediseñado en la parte superior.

Así nació el motor YB, una joya de ingeniería con culata DOHC de 16 válvulas, inyección electrónica Weber-Marelli y sobrealimentación por turbocompresor Garrett T3. Desde su concepción, el YB fue diseñado para resistir potencias mucho mayores que las iniciales, con un bloque robusto, cigüeñal forjado y pistones de alta resistencia.

Mientras Cosworth trabajaba en el corazón del coche, los ingenieros de Ford se centraban en adaptar la carrocería del Sierra. El modelo de tres puertas ofrecía la rigidez y ligereza necesarias, pero su diseño debía modificarse para ofrecer mayor carga aerodinámica. Los túneles de viento demostraron que era posible ganar estabilidad con un spoiler delantero más pronunciado y, sobre todo, con el enorme alerón trasero biplano, que acabaría definiendo la silueta del coche.

El resultado era un proyecto ambicioso, uniendo la eficiencia industrial de Ford con la precisión artesanal de Cosworth. A finales de 1984, los primeros prototipos comenzaron a rodar, y los resultados superaron todas las expectativas. El motor rendía unos impresionantes 204 CV a 6.000 rpm, con una entrega de potencia explosiva que exigía manos expertas, pero que ofrecía prestaciones dignas de un coche de competición.

En 1985, Ford aprobó la producción de una serie limitada de 5.000 unidades para homologar el coche en el Grupo A. Así, el Sierra RS Cosworth se convirtió en el primer Ford de calle con un motor diseñado por Cosworth desde los tiempos del mítico Escort RS1600.

El proyecto no solo simbolizaba un retorno a la competición, sino también una declaración de intenciones: Ford volvía a apostar por la ingeniería pura, por la velocidad y por el espíritu de competición que siempre había formado parte de su ADN. Lo que comenzó como una colaboración técnica se transformó en una alianza legendaria, capaz de crear una de las sagas deportivas más admiradas de la historia del automóvil.

La forma al servicio de la velocidad

El Ford Sierra RS Cosworth de 1987 fue mucho más que un Sierra potenciado; fue un proyecto cuidadosamente concebido para aprovechar el flujo de aire en beneficio del rendimiento. En una época donde la aerodinámica empezaba a ser un arte tanto como una ciencia, el Cosworth destacó por su audacia visual y funcional.

El punto de partida fue la carrocería del Sierra de tres puertas, elegida por su menor peso y mejor rigidez torsional respecto a las versiones de cinco. Sin embargo, lo que transformó al coche en un icono fueron los cambios aerodinámicos radicales introducidos por el equipo de diseño de Ford Motorsport bajo la supervisión de Lothar Pinske, responsable de los modelos deportivos de la marca en Europa.

Desde el primer boceto, el objetivo era claro: lograr una elevada carga aerodinámica sin comprometer la velocidad punta. Para ello, se realizaron extensas pruebas en el túnel de viento de Colonia, donde Ford había trabajado previamente en el desarrollo del Sierra estándar. Allí nació el componente más reconocible del coche: el alerón trasero biplano, una estructura tan imponente como eficaz.

Lejos de ser un simple adorno, el doble alerón proporcionaba una notable estabilidad a alta velocidad. A 200 km/h, generaba más de 20 kg de carga sobre el eje trasero, reduciendo el levantamiento y mejorando el aplomo en curvas rápidas. Este elemento, junto al parachoques delantero rediseñado y el spoiler inferior, otorgaba al Cosworth un equilibrio aerodinámico desconocido en un coche de serie de su segmento.

En el frontal, los ingenieros incorporaron una gran toma de aire central para alimentar al intercooler del turbocompresor, flanqueada por entradas adicionales destinadas a la refrigeración del motor y los frenos. Las llantas, calzadas con neumáticos de altas prestaciones, reforzaban su imagen de máquina de competición homologada para la calle.

El perfil lateral mantenía la sobriedad del Sierra, pero con sutiles extensiones de pasos de rueda y faldones más bajos que mejoraban el flujo del aire. En conjunto, el Cx del Cosworth apenas subía a 0,35, un valor sobresaliente considerando las modificaciones aerodinámicas.

Detrás, el gran alerón doble fue motivo de polémica dentro de la propia Ford. Algunos directivos lo consideraban excesivo para un coche de calle, pero los ingenieros de competición insistieron en su necesidad. Los resultados en pista les dieron la razón: sin él, el coche perdía tracción y estabilidad a más de 160 km/h.

El interior del Sierra RS Cosworth reflejaba el mismo enfoque funcional. El habitáculo se mantenía fiel al Sierra convencional, pero añadía detalles deportivos: asientos Recaro tapizados en gris y negro, instrumentación con cuentavueltas hasta 8.000 rpm, y un volante de tres radios forrado en cuero. Todo pensado para transmitir una sensación de control y precisión, sin lujos innecesarios.

Visualmente, el conjunto era agresivo, compacto y reconocible. En una época en la que pocos coches de calle exhibían semejante presencia, el Cosworth destacaba tanto en un aparcamiento como en un circuito. Cada elemento, desde la parrilla hasta el último tornillo del alerón, cumplía una función técnica, resumida en una idea simple pero poderosa:
“La forma sigue a la función.”

Este equilibrio entre estética y rendimiento convirtió al Sierra RS Cosworth en un referente del diseño funcional. Su aspecto era una declaración de intenciones, un aviso a sus rivales y una promesa cumplida para los entusiastas del automovilismo: el rendimiento no se oculta, se celebra.

El legendario Cosworth YB

El verdadero corazón del Ford Sierra RS Cosworth latía bajo su capó: un motor que marcaría un antes y un después en la historia de los propulsores turboalimentados europeos. El Cosworth YB no era simplemente un motor potente; era una obra maestra de ingeniería desarrollada con un único propósito: ganar.

Origen de un mito

Todo comenzó a principios de los años 80, cuando Ford buscaba un propulsor capaz de competir con la creciente ola de coches turbo de la época. La casa británica Cosworth Engineering, ya legendaria por sus motores de Fórmula 1, fue la elegida para el proyecto. Su objetivo era claro: diseñar un motor de dos litros que pudiera cumplir con las normas del Grupo A de la FIA, base necesaria para homologar un coche de competición derivado de un modelo de calle.

Cosworth tomó como base el bloque del Ford Pinto 2.0 —robusto, fiable y con gran disponibilidad—, pero lo transformó profundamente. A este bloque de hierro fundido se le añadió una culata de aluminio de 16 válvulas completamente nueva, desarrollada por Cosworth, que permitía una mejor respiración y mayores regímenes de giro. Así nacía el motor YB (Y-series, tipo B), uno de los más icónicos de la historia moderna del automóvil.

Arquitectura y especificaciones

El YB contaba con una cilindrada de 1.993 cm³, configuración de cuatro cilindros en línea, doble árbol de levas en cabeza (DOHC) y una avanzada alimentación por inyección electrónica Bosch Motronic. La joya del sistema era el turbocompresor Garrett T3, encargado de proporcionar una sobrealimentación de hasta 0,7 bar en la versión de serie.

El resultado era una potencia de 204 CV a 6.000 rpm y un par máximo de 277 Nm a 4.500 rpm, cifras que en 1987 lo situaban al nivel de los deportivos más serios del momento. Gracias a un peso contenido (alrededor de 1.200 kg), el Sierra RS Cosworth podía alcanzar los 100 km/h en 6,2 segundos y superar los 240 km/h de velocidad punta.

Fiabilidad y potencial

Uno de los mayores logros del YB fue su robustez estructural. Diseñado con tolerancias propias de la competición, su margen de fiabilidad era tan amplio que se convirtió en una base perfecta para preparaciones. En los campeonatos de turismos, versiones derivadas del mismo bloque alcanzaron potencias de más de 500 CV con una resistencia admirable.

La elección de materiales de alta calidad —bielas forjadas, pistones Mahle, cojinetes reforzados y un cigüeñal equilibrado— aseguraba una durabilidad superior a la de muchos motores turbo de la época. Además, el uso de un intercooler de gran tamaño y un sistema de lubricación mejorado ayudaban a mantener la temperatura y el rendimiento incluso bajo uso intensivo.

Comportamiento y sensaciones

En carretera, el carácter del motor YB era puro turbo ochentero: un pequeño retardo al pisar el acelerador seguido de una explosión repentina de potencia cuando el turbocompresor entraba en acción. Esa sensación de empuje brutal, acompañada por el silbido característico del turbo y el rugido del escape, convertía cada aceleración en una experiencia visceral.

A bajas revoluciones era dócil y utilizable, pero a partir de las 3.500 rpm se desataba la verdadera personalidad Cosworth: una entrega de potencia contundente, lineal y adictiva, propia de un coche concebido con ADN de circuito.

Evolución y legado

El YB fue la base de toda una saga. Su evolución más radical llegó con el Sierra RS500 Cosworth, que incorporaba un turbocompresor más grande, intercooler optimizado y refuerzos internos, alcanzando los 224 CV en calle y más de 500 CV en competición.

Posteriormente, este motor seguiría evolucionando en los Escort RS Cosworth de los años 90, donde su fama alcanzó cotas legendarias entre los aficionados. La arquitectura del YB demostró tal nivel de ingeniería que aún hoy sigue siendo una referencia entre preparadores.

El Cosworth YB no solo impulsó a un coche legendario; creó una cultura. Su fiabilidad, potencia y carácter marcaron el camino de una generación de motores turbo. Cada silbido del Garrett y cada ráfaga de potencia eran una declaración de principios: el Sierra RS Cosworth no era un coche de moda, sino una máquina construida con propósito.

Una obra de ingeniería donde la potencia no era un lujo, sino una herramienta al servicio de la victoria.

Potencia bajo control

Si el motor Cosworth YB era el corazón del Sierra RS Cosworth, su chasis y transmisión eran el esqueleto que permitía canalizar semejante fuerza sin desintegrarse en el intento. En una época donde muchos coches potentes aún luchaban contra el subviraje o la falta de tracción, Ford logró un equilibrio sobresaliente entre potencia, estabilidad y precisión.

La base del éxito: la plataforma del Sierra

El punto de partida fue la plataforma del Ford Sierra de tres puertas, un chasis diseñado originalmente para un coche familiar, pero con un enorme potencial de rigidez. Ford Motorsport realizó una revisión completa de su geometría y componentes para adecuarlo a los requerimientos del Cosworth. El resultado fue un vehículo con un comportamiento radicalmente distinto al del Sierra convencional: más bajo, más firme y con una respuesta instantánea.

Las suspensiones delanteras utilizaban un esquema McPherson con muelles helicoidales, mientras que en el eje trasero se mantenía el sistema independiente con brazos semitirados, pero revisado con nuevos amortiguadores Bilstein, muelles más cortos y barras estabilizadoras de mayor diámetro. Este conjunto otorgaba al coche una adhesión sobresaliente en curva y una estabilidad impecable a altas velocidades.

Dirección y frenos: precisión británica

El sistema de dirección, con asistencia hidráulica variable, fue recalibrado para ofrecer una respuesta directa sin comprometer el control en maniobras rápidas. La sensación al volante era comunicativa y sólida, transmitiendo con claridad lo que ocurría bajo los neumáticos.

En cuanto a los frenos, Ford montó un equipo sobredimensionado para la época: discos ventilados de 283 mm delante y 273 mm detrás, con pinzas de doble pistón desarrolladas en colaboración con Girling. Este sistema proporcionaba una potencia de frenado superior y resistencia al fading incluso en conducción deportiva prolongada.

Transmisión y diferencial

El Cosworth contaba con una caja de cambios manual de cinco velocidades firmada por Borg-Warner, con relaciones cortas y una precisión mecánica ejemplar. Su escalonamiento estaba pensado para mantener el motor siempre dentro de la banda de par máxima, lo que lo hacía explosivo al salir de curva.

El elemento clave, sin embargo, era el diferencial autoblocante trasero, un componente esencial para transmitir la potencia del motor a las ruedas con eficacia. Su tarado mecánico limitaba el deslizamiento del eje y permitía aprovechar al máximo la tracción, especialmente en superficies de baja adherencia. Este detalle convirtió al Sierra RS Cosworth en un coche muy rápido en tramos revirados, pero también exigente: el conductor debía respetar sus reacciones, ya que un exceso de gas podía desencadenar un sobreviraje instantáneo.

Comportamiento dinámico

En carretera, el Sierra RS Cosworth ofrecía una experiencia cruda, directa y puramente analógica. Su peso equilibrado (57% delante / 43% detrás), combinado con una suspensión firme y una dirección precisa, le otorgaban un comportamiento neutro, aunque con un carácter trasero marcado por el empuje del turbo.

La conducción exigía atención y sensibilidad: era un coche que recompensaba al conductor hábil y castigaba los errores. Sin ayudas electrónicas ni control de tracción, el dominio del acelerador y el conocimiento del chasis eran imprescindibles para extraer todo su potencial.

Competición y evolución

En el terreno de la competición, este chasis fue la base de uno de los coches más dominantes del Campeonato Británico de Turismos (BTCC) y del DTM alemán. Con pequeñas modificaciones —principalmente refuerzos estructurales y suspensión de competición—, el Sierra RS Cosworth demostró ser capaz de digerir potencias superiores a los 500 CV, manteniendo una tracción y un comportamiento sorprendentes.

Más adelante, con la llegada del Sierra RS500, Ford introdujo mejoras en rigidez y aerodinámica, consolidando un conjunto mecánico que rivalizaba con auténticos prototipos de competición.

El Ford Sierra RS Cosworth no solo era rápido; era controlable. Su chasis equilibrado, su suspensión afinada y su dirección precisa permitían canalizar la brutal potencia del motor Cosworth YB sin perder la conexión entre máquina y conductor.

Era un coche que exigía respeto, pero también ofrecía recompensa: cuanto más se conocía su carácter, más se apreciaba su pureza.

En un mundo donde los coches deportivos se volvían cada vez más domesticados, el Sierra RS Cosworth fue un recordatorio contundente de que la verdadera deportividad no se programa, se siente.

Deportividad funcional

El interior del Ford Sierra RS Cosworth reflejaba a la perfección su filosofía de diseño: funcionalidad ante todo. No pretendía deslumbrar con lujos, sino ofrecer al conductor las herramientas necesarias para explotar al máximo su potencial mecánico. Era un entorno pensado para la conducción rápida, donde cada elemento tenía un propósito definido.

Diseño y ambiente

A primera vista, el habitáculo conservaba la disposición general del Sierra de serie, pero con una atmósfera radicalmente distinta. Los ingenieros de Ford Motorsport entendieron que el conductor debía sentirse conectado con el coche, y para ello se centraron en tres pilares: posición, control y visibilidad.

El puesto de conducción se caracterizaba por una posición baja y envolvente, gracias a los asientos deportivos Recaro tapizados en una combinación de tela gris y negro, con un patrón de líneas diagonales típico de los 80. Estos asientos ofrecían un soporte lateral sobresaliente, tanto en la base como en el respaldo, lo que resultaba esencial para mantener el control durante una conducción agresiva.

El volante, de tres radios forrado en cuero, tenía un diámetro perfecto para la época: lo suficientemente pequeño para un manejo rápido, pero grande para transmitir feedback directo. La palanca de cambios, corta y de recorridos precisos, caía naturalmente a la mano, invitando a cambios rápidos y firmes.

Instrumentación y mandos

La instrumentación del Cosworth era uno de sus grandes aciertos. Detrás del volante, el cuadro de relojes incluía un cuentavueltas graduado hasta 8.000 rpm, con zona roja a partir de las 6.500, y un velocímetro que alcanzaba los 260 km/h. A su lado, un indicador de presión del turbo recordaba constantemente la naturaleza del coche: cada aumento en la aguja era una promesa de potencia.

Los mandos secundarios —luces, limpiaparabrisas, calefacción— mantenían la ergonomía del Sierra convencional, aunque con ajustes de tacto más firme. El interior no buscaba impresionar, sino facilitar la concentración del conductor.

Materiales y acabados

Aunque no alcanzaba los estándares de lujo de marcas alemanas, el acabado general era sólido. El tablero, realizado en plásticos duros pero bien ajustados, transmitía durabilidad. Las molduras interiores recibían un tratamiento satinado en tonos gris oscuro, en consonancia con el carácter sobrio y técnico del vehículo.

No había adornos superfluos ni concesiones estéticas: el Cosworth era un coche con la honestidad mecánica de un instrumento de precisión. Cada superficie, cada botón, estaba donde debía estar.

Equipamiento

El equipamiento del Sierra RS Cosworth podía calificarse como austero pero completo para su época. Contaba con elevalunas eléctricos, cierre centralizado, sistema de audio estéreo con radio-cassette y climatizador opcional. Sin embargo, lo más relevante era lo que no tenía: ninguna ayuda electrónica a la conducción.

No existían controles de tracción, ABS (solo disponible más tarde en algunas unidades), ni dirección asistida variable. Era un coche analógico en su máxima expresión: toda la responsabilidad recaía en las manos, los pies y el instinto del conductor.

Sensación de conducción

Sentarse en el interior del Cosworth era como entrar en un coche de carreras homologado para la calle. El sonido mecánico se filtraba con claridad al habitáculo: el silbido del turbo, el soplido del wastegate y el rugido del escape eran parte de la experiencia. No era un coche silencioso, y tampoco pretendía serlo.

La retroalimentación sensorial era completa: el tacto del volante, la vibración del pedal del embrague, el zumbido del turbocompresor. Todo en el interior transmitía una sensación de propósito, de conexión entre hombre y máquina que pocos vehículos modernos han conseguido igualar.

El interior del Ford Sierra RS Cosworth era un manifiesto de autenticidad y enfoque. Sin adornos ni concesiones, cada elemento estaba diseñado para servir a la conducción.
Donde otros ofrecían comodidad, el Cosworth ofrecía control. Donde otros buscaban silencio, el Cosworth ofrecía sonido.

Era un coche que no pretendía gustar a todos, sino conquistar a quienes comprendían lo que significaba conducir de verdad.

En su sencillez residía su fuerza, y en su crudeza, su carácter: el de un deportivo sin filtros, nacido para sentir la carretera y dominarla.

El mito del Grupo A

El Ford Sierra RS Cosworth no nació como un simple coche deportivo: fue concebido desde el principio como una arma de homologación para la competición. Su creación respondía a una estrategia clara de Ford Motorsport: dominar el Grupo A, la categoría reina de los turismos y rallyes en los años 80.

El resultado fue uno de los coches de carreras más legendarios de la década, un símbolo de potencia bruta, aerodinámica avanzada y fiabilidad mecánica. Su nombre, “Cosworth”, se convirtió en sinónimo de victorias, humo de neumáticos y rugidos de turbo resonando en circuitos y tramos de todo el mundo.


Nacimiento de un coche de carreras

Para poder homologar el Sierra Cosworth en el Grupo A de la FIA, Ford debía fabricar al menos 5.000 unidades de calle, todas equipadas con el motor YB turboalimentado. En junio de 1986, las primeras unidades salieron de la planta de Genk (Bélgica), y la homologación se completó en 1987.

Con ese paso, el Cosworth ya tenía vía libre para debutar en competición. Su diseño se adaptaba perfectamente a los requisitos del reglamento: tracción trasera, motor turbo, aerodinámica funcional y gran potencial de preparación. Ford Motorsport y diversos equipos privados comenzaron inmediatamente el desarrollo de versiones de carrera.


El Sierra en los turismos: BTCC, DTM y más allá

En los campeonatos de turismos europeos, el Cosworth se convirtió en una fuerza imparable. En 1987, Andy Rouse llevó al Sierra RS Cosworth a la victoria en el British Touring Car Championship (BTCC), marcando el inicio de una era dorada. Su combinación de potencia (más de 300 CV en versión de carrera) y tracción precisa lo convirtió en un adversario temible frente a BMW y Alfa Romeo.

Pero el punto culminante llegaría con la versión RS500, desarrollada por Ford y Aston Martin Tickford en 1987. Con mejoras en el bloque motor, un turbocompresor Garrett T31 más grande, intercooler redimensionado y una gestión electrónica revisada, el RS500 alcanzaba fácilmente más de 500 CV en configuración de competición.

El dominio fue abrumador:

  • BTCC (1988-1990): los Sierra RS500 arrasaron con victorias consecutivas.
  • DTM alemán: el Cosworth, pilotado por leyendas como Klaus Ludwig o Klaus Niedzwiedz, se convirtió en el coche a batir.
  • Campeonatos nacionales de Australia, España, Bélgica o Escandinavia: repitió triunfos allí donde participó.

En cada parrilla, el sonido de su turbo y su característico alerón trasero simbolizaban el poder de la ingeniería británica aplicada al rendimiento puro.


El Sierra en los rallyes: potencia indomable

Aunque su fama se forjó en los circuitos, el Cosworth también tuvo un papel destacado en los rallyes del Grupo A. Ford lo alineó oficialmente en el Campeonato Mundial de Rallyes (WRC) en 1987, pilotado por figuras como Stig Blomqvist, Kalle Grundel y Didier Auriol.

Sin embargo, su configuración de tracción trasera limitó su rendimiento frente a los nuevos coches de tracción integral, como el Lancia Delta Integrale o el Audi Quattro. Aun así, su potencia y velocidad en tramos secos y asfaltados lo convirtieron en un espectáculo inigualable para el público.

En el Rally de Córcega de 1988, por ejemplo, Auriol llevó el Sierra RS Cosworth hasta el podio, demostrando su potencial frente a coches mucho más especializados. Su brutal aceleración y su sonido inconfundible hicieron del Cosworth uno de los coches más admirados por los aficionados de la época.

Más adelante, con el Sierra Sapphire 4×4 Cosworth (1988), Ford corrigió su debilidad principal, incorporando tracción total y manteniendo el mismo motor YB mejorado. Esta versión permitió mantener la competitividad hasta la llegada del Escort RS Cosworth en 1992, heredero directo del legado.


Un legado de victorias

Entre 1987 y 1992, el Ford Sierra RS Cosworth y sus evoluciones conquistaron:

  • Más de 50 campeonatos nacionales e internacionales de turismos.
  • Decenas de victorias absolutas en rallyes nacionales.
  • Múltiples récords de velocidad y fiabilidad en pruebas de resistencia.

Pocos coches de la era del Grupo A lograron una carrera deportiva tan completa. Su motor, fácilmente ajustable y resistente, se convirtió en el favorito de preparadores y equipos privados durante más de una década.


El mito en la cultura automovilística

Más allá de sus resultados en competición, el Cosworth trascendió el deporte. Se convirtió en un símbolo de rebeldía automovilística, un coche que unía la sofisticación técnica con la brutalidad del turbo. Era la materialización de una época en la que las marcas aún fabricaban coches de carreras para la calle.

Su alerón, su rugido y su comportamiento salvaje lo elevaron a la categoría de icono. En los paddocks y en los garajes, el nombre “Cossie” aún despierta respeto y nostalgia: representa la cúspide de una era donde la potencia se medía en sensaciones, no en cifras.

El impacto de un icono

Cuando el Ford Sierra RS Cosworth se lanzó en 1986, pocos imaginaron que un coche basado en una berlina familiar se convertiría en uno de los mayores iconos deportivos de su época. Ford buscaba cumplir con los requisitos de homologación para el Grupo A, pero lo que obtuvo fue mucho más: un símbolo de prestigio, rendimiento y pasión automovilística.


Un proyecto con objetivos muy claros

El origen del Sierra RS Cosworth se remonta a un ambicioso proyecto interno liderado por Stuart Turner, jefe de Ford Motorsport Europe. El objetivo era crear un coche que dominara en competición, pero que también pudiese venderse al público con un atractivo real.

Para ello, Ford colaboró estrechamente con Cosworth Engineering, la empresa británica fundada por Keith Duckworth y Mike Costin. Cosworth ya tenía una reputación intachable en la Fórmula 1, y su experiencia en el desarrollo de motores de altas prestaciones fue clave para dar vida al propulsor YB, basado en el bloque Pinto de 2.0 litros, pero profundamente rediseñado con una culata DOHC de 16 válvulas y un turbocompresor Garrett T3.

Este motor, ensamblado en la planta de Northampton, era el corazón del proyecto y lo que convertiría al Sierra en un coche de leyenda.


Producción inicial: Genk y Tickford

El primer Sierra RS Cosworth se fabricó entre 1986 y 1987 en la planta de Genk (Bélgica). En total se produjeron 5.545 unidades, necesarias para la homologación del Grupo A. Todas ellas eran de tres puertas, con un diseño agresivo firmado por Ford Special Vehicle Engineering (SVE).

De esas unidades, 500 fueron enviadas a Aston Martin Tickford, donde se transformaron en la exclusiva versión RS500. Esta edición especial incorporaba numerosas mejoras técnicas —intercooler de mayor tamaño, turbocompresor revisado, bloque reforzado y gestión electrónica optimizada— que la convertían en una base perfecta para la competición.

Los RS500 se distinguían por el emblema específico en la tapa del maletero y un pequeño spoiler adicional sobre el alerón trasero, detalles que hoy los hacen extremadamente codiciados por los coleccionistas.

El segundo Cosworth: la era Sapphire

En 1988, Ford decidió ampliar el concepto con el Sierra RS Cosworth con una versión de cuatro puertas orientada a un uso más cotidiano, pero sin perder el espíritu racing. Se ensambló en Rheine (Alemania) y contaba con el mismo motor YB de 204 CV, aunque con mejoras en la fiabilidad y la gestión electrónica.

La verdadera novedad llegó en 1990, cuando apareció el RS Cosworth 4×4, que incorporaba un sistema de tracción total permanente derivado del Ford XR4x4. Este cambio respondía a las exigencias de la competición, donde los coches con tracción integral —como el Lancia Delta Integrale— habían demostrado su superioridad en los rallyes.

El Sapphire 4×4 ofrecía un equilibrio excepcional entre potencia, tracción y confort, y se convirtió en el último Sierra en portar con orgullo el emblema RS Cosworth.

Un coche caro, pero aspiracional

Durante su lanzamiento, el precio del Sierra RS Cosworth era considerablemente superior al de un Sierra convencional, pero inferior al de los deportivos europeos equivalentes. Su relación precio-prestaciones era imbatible: por el coste de un coupé medio, se obtenía un coche con prestaciones de Porsche 944 Turbo y capacidad para dominar los circuitos.

Esta dualidad —potencia extrema y apariencia relativamente discreta— atrajo a un público muy diverso. Desde pilotos privados hasta entusiastas que buscaban un coche diferente, el Cosworth se convirtió rápidamente en un objeto de deseo dentro y fuera del Reino Unido.

Su fama también creció en mercados como España, Alemania, Bélgica y Australia, donde la cultura del automovilismo de calle lo elevó a un estatus casi mítico.

Un éxito que trascendió las ventas

En términos de producción, las cifras pueden parecer modestas:

  • Sierra RS Cosworth 3p (1986-1987): 5.545 unidades.
  • Sierra RS500 (1987): 500 unidades.
  • Sierra RS Cosworth (1988-1989): 13.140 unidades.
  • Sierra RS Cosworth 4×4 (1990-1992): 12.250 unidades.

En total, algo más de 30.000 unidades de todas las variantes Cosworth vieron la luz. Sin embargo, su influencia fue desproporcionada. Ningún otro coche de Ford había conseguido reunir tal prestigio técnico, tanto en competición como en cultura popular.

El Sierra Cosworth elevó la imagen deportiva de Ford en Europa y sirvió de plataforma para el desarrollo posterior del Escort RS Cosworth (1992), heredero directo de su legado.

Mercado actual y valor histórico

Hoy, casi cuatro décadas después, el Sierra RS Cosworth se ha convertido en una pieza de colección de alto valor. Los ejemplares en buen estado superan fácilmente los 80.000 €, mientras que los RS500 pueden alcanzar cifras superiores a los 200.000 € en subastas internacionales.

Su atractivo no reside solo en su rendimiento, sino también en su autenticidad: representa una época en la que los coches deportivos eran puramente mecánicos, directos y desafiantes. Cada unidad es un testimonio de la edad dorada del automovilismo europeo.

Los clubes de propietarios, especialmente en Reino Unido y Alemania, mantienen viva su historia mediante concentraciones, restauraciones y competiciones clásicas, asegurando que el “Cossie” siga rugiendo durante muchos años más.

El Cosworth como mito del automovilismo europeo

El Ford Sierra RS Cosworth no fue simplemente un coche rápido. Fue una declaración de intenciones. Su creación marcó un punto de inflexión en la relación entre la ingeniería de competición y la producción en serie. Lo que comenzó como un proyecto para homologar un vehículo de rallyes acabó convirtiéndose en un fenómeno cultural, un emblema del espíritu racing de los años ochenta y noventa.

El nacimiento de un mito

Para entender el legado del Sierra Cosworth hay que retroceder al contexto de su época. La década de los ochenta fue un periodo de explosión tecnológica en el automovilismo: motores turboalimentados, aerodinámica funcional y materiales más ligeros estaban transformando la forma en que se concebían los coches.

El Sierra RS Cosworth condensó todas esas innovaciones en una sola máquina. Su motor YB, con doble árbol de levas y turbo Garrett, ofrecía una combinación casi mágica de potencia, fiabilidad y capacidad de evolución. Gracias a su diseño robusto, podía alcanzar sin dificultad potencias superiores a los 400 CV en configuración de competición.

Esto lo convirtió en un favorito no solo entre los equipos oficiales, sino también entre preparadores privados y entusiastas del tuning. Su facilidad para ser mejorado fue uno de los pilares que cimentaron su leyenda.

El dominio en los circuitos y rallyes

En el ámbito deportivo, el Sierra Cosworth brilló con fuerza. En los campeonatos de turismos europeos, especialmente el BTCC (British Touring Car Championship), el Cosworth se convirtió en una referencia. Su versión RS500, desarrollada junto con Tickford, arrasó en las temporadas de finales de los ochenta.

Pilotos como Andy Rouse, Steve Soper o Robb Gravett escribieron su nombre en los libros de historia a bordo del “Cossie”, logrando campeonatos y victorias memorables. En Australia, el modelo también dejó huella en el Australian Touring Car Championship, con una presencia dominante en Bathurst y otras míticas pruebas de resistencia.

Aunque en los rallyes su paso fue más discreto —debido al cambio hacia la tracción total en el Grupo A—, el Cosworth mantuvo su estatus de coche competitivo, especialmente en manos de equipos privados y nacionales, destacando en campeonatos europeos y regionales hasta mediados de los noventa.

El mito en la cultura popular

Más allá de los circuitos, el Sierra Cosworth conquistó las calles y los corazones. Su imagen agresiva, marcada por el gran alerón trasero, se convirtió en símbolo de rebeldía y deportividad. En el Reino Unido, el coche fue adoptado por jóvenes entusiastas que veían en él la mezcla perfecta entre potencia, estilo y accesibilidad.

Durante los años noventa, el término “Cossie” se convirtió en sinónimo de respeto entre los aficionados al motor. En revistas especializadas, reuniones y competiciones locales, el Sierra RS Cosworth era considerado un punto de referencia, un coche con un alma difícil de igualar.

Con el tiempo, su reputación trascendió generaciones y fronteras. En España, Alemania o Italia, el Sierra fue visto como una especie de muscle car europeo, capaz de combinar la elegancia de una berlina con el carácter brutal de un coche de carreras.

Influencia en los futuros modelos RS

El legado técnico del Sierra RS Cosworth fue tan profundo que influyó directamente en los siguientes deportivos de Ford. Su arquitectura mecánica, sus principios de aerodinámica funcional y la filosofía de ofrecer prestaciones de competición al público sirvieron de guía para el desarrollo del Escort RS Cosworth (1992–1996), su heredero espiritual.

El Escort mantuvo el motor YB turboalimentado y la tracción total introducida en el Sierra 4×4, además de un diseño orientado al rendimiento puro. Este vínculo directo consolidó la identidad “RS” como sello de deportividad dentro de Ford, un linaje que se mantendría vivo con modelos como el Focus RS y, posteriormente, el Fiesta ST.

Cada uno de estos coches heredó parte de la filosofía nacida con el Sierra: equilibrio, potencia y carácter sin concesiones.

Valor histórico y reconocimiento actual

En el siglo XXI, el Sierra Cosworth ha alcanzado el estatus de clásico de culto. Su presencia en eventos como el Goodwood Festival of Speed o el Silverstone Classic demuestra que el interés por este modelo no ha disminuido. De hecho, las restauraciones y subastas de unidades en estado original se han multiplicado.

Los coleccionistas lo valoran no solo por su rendimiento, sino también por su autenticidad. En una época dominada por la electrónica y los sistemas de asistencia, el Cosworth representa la pureza mecánica, la conexión directa entre conductor y máquina.

Su diseño, su sonido inconfundible y su comportamiento visceral siguen atrayendo a nuevas generaciones que buscan algo más que cifras: buscan emociones reales.

Un legado que trasciende el tiempo

Más que un coche, el Ford Sierra RS Cosworth se convirtió en una leyenda viva. Su influencia se percibe aún hoy en los deportivos compactos modernos, en la cultura del tuning y en la forma en que las marcas conciben los modelos de alto rendimiento.

El nombre “Cosworth” continúa evocando respeto, técnica y herencia. Cada vez que un entusiasta escucha el silbido del turbo o contempla el perfil de aquel alerón trasero, revive una época dorada del automovilismo europeo.

El Sierra Cosworth fue, es y será el estandarte de una era en la que la ingeniería británica y la pasión por la velocidad se unieron para crear una máquina inmortal.

Ingeniería británica al límite

Culata Cosworth: el secreto del rendimiento

La joya de la ingeniería del YB era su culata de 16 válvulas, desarrollada íntegramente por Cosworth. Este diseño, derivado de la experiencia acumulada en Fórmula 1 con el motor DFV, garantizaba un flujo de gases excepcional y una combustión eficiente incluso a altos regímenes.

Cada válvula estaba cuidadosamente dimensionada para maximizar la respuesta del turbo, y los conductos de admisión y escape fueron diseñados mediante cálculos de resonancia, algo poco común en motores de producción de la época.

El resultado era un motor altamente respirable, con una entrega de potencia lineal a pesar del uso de un turbocompresor de gran tamaño. Esa capacidad de respuesta, combinada con un margen de mejora casi infinito, convirtió al YB en el preferido de preparadores y equipos de competición durante más de una década.

Sobrealimentación y gestión electrónica

El Garrett T3 era el responsable de proporcionar el empuje característico del Cosworth. Con una presión de soplado de serie de 0,7 bares, permitía una entrega contundente pero manejable. En las versiones de competición, se llegaban a usar presiones de hasta 1,5 bares, con resultados impresionantes.

La gestión electrónica Weber-Marelli controlaba tanto la inyección como el encendido, una innovación significativa en su tiempo. Este sistema fue clave para mantener una mezcla aire-combustible precisa incluso bajo condiciones de carga extrema, mejorando la fiabilidad y el rendimiento.

Además, el intercooler de gran capacidad reducía la temperatura del aire comprimido, aumentando la densidad de la mezcla y, por tanto, la potencia efectiva. En el RS500, este componente fue rediseñado con un 80% más de superficie de refrigeración, lo que permitió alcanzar los 225 CV en su versión de calle y superar los 500 CV en configuración de carreras.

Transmisión y tracción

El YB estaba acoplado inicialmente a una caja de cambios Borg-Warner T5 de cinco velocidades, una transmisión probada en modelos como el Ford Mustang y el TVR. Su tacto mecánico y su resistencia al par la hacían ideal para el carácter explosivo del motor.

En las versiones 4×4 posteriores, la potencia se transmitía mediante un diferencial central Ferguson con reparto fijo (34/66) y diferenciales viscosos en ambos ejes, ofreciendo un equilibrio excepcional entre tracción y agilidad.

Este conjunto mecánico permitió que el Cosworth ofreciera prestaciones de auténtico deportivo con una fiabilidad admirable: aceleración de 0 a 100 km/h en 6,2 segundos y velocidad punta superior a 240 km/h, cifras impresionantes para un coche derivado de una berlina familiar.

Capacidad de potenciación

Una de las razones por las que el motor YB se convirtió en leyenda fue su extraordinaria capacidad de mejora. Gracias a la solidez de su bloque y a la eficiencia de su diseño, era habitual encontrar versiones preparadas con:

  • 300 CV con mejoras en el turbo y escape.
  • 400 CV con gestión electrónica reprogramada e inyección mejorada.
  • 500 CV o más en configuraciones de competición, con refuerzos internos y turbos híbridos.

La comunidad de preparadores y aficionados —especialmente en Reino Unido— llevó el YB a límites insospechados, manteniendo su fiabilidad y carácter. Muchos de estos motores siguen activos hoy en día, en manos de entusiastas que conservan la tradición de la mecánica pura.

Un icono de ingeniería

El motor YB simboliza una época en la que la simplicidad y la excelencia técnica eran suficientes para crear un producto duradero, potente y emocionante. Su diseño racional, su robustez estructural y su flexibilidad lo convirtieron en un referente absoluto de la ingeniería británica aplicada al automóvil.

Incluso décadas después, su arquitectura sigue siendo estudiada por ingenieros y restauradores. Pocos motores han conseguido un equilibrio tan fino entre rendimiento, fiabilidad y carácter. El YB no solo impulsó al Sierra, sino también al Escort RS Cosworth, extendiendo su legado hasta bien entrada la década de los noventa.

El rugido que nunca se apagó

Pocos coches logran lo que el Ford Sierra RS Cosworth consiguió: trascender su naturaleza mecánica para convertirse en un símbolo. Nació con un propósito claro —homologar un coche de competición para el Grupo A—, pero acabó representando algo mucho más grande. Fue el emblema de una época en la que la ingeniería, la pasión y el riesgo coexistían en perfecta armonía.

A lo largo de su vida, el Sierra Cosworth demostró que la eficiencia técnica no está reñida con la emoción. Su motor YB, su aerodinámica radical y su carácter indomable hicieron de él una máquina con alma. Era un coche que exigía respeto, que no perdonaba errores, pero que recompensaba al conductor con una sensación de control absoluto y una conexión visceral con la carretera.

Un puente entre la era analógica y la moderna

El Cosworth fue, en muchos sentidos, el último representante de una generación de deportivos puros. Surgió antes de la era de las centralitas sofisticadas, de los controles de tracción omnipresentes y de las pantallas táctiles. Todo en él era mecánico, tangible, real.

A finales de los ochenta, el mundo del automóvil estaba cambiando: la electrónica comenzaba a dominar la industria y las normativas medioambientales amenazaban a los motores turbo de gran carácter. En ese contexto, el Sierra RS Cosworth se convirtió en un grito de rebeldía, una afirmación de que la emoción debía seguir teniendo un lugar en la carretera.

Ese espíritu es precisamente lo que ha mantenido viva su llama durante décadas.

Un legado que vive en cada RS

Ford supo conservar parte de su ADN a lo largo del tiempo. Sin el Sierra Cosworth, difícilmente habrían existido el Escort RS Cosworth, el Focus RS o incluso el Fiesta ST. Cada uno de ellos heredó algo del carácter del “Cossie”: la obsesión por la precisión, la tracción impecable, el sonido inconfundible del turbo.

Incluso hoy, en plena era de la electrificación, el nombre Cosworth sigue evocando respeto. Es sinónimo de rendimiento sin artificios, de ingeniería al servicio de la pasión. Los ingenieros de la marca británica lograron lo que pocos han conseguido: construir no solo motores, sino leyendas.

El culto del Cosworth

A más de tres décadas de su aparición, el Ford Sierra RS Cosworth ha alcanzado un estatus de coche de culto. En concentraciones clásicas, en competiciones históricas y en foros especializados, su figura sigue presente. Los propietarios lo tratan como una pieza de arte mecánica, restaurándolo con el mismo mimo con el que un relojero devuelve la vida a un cronógrafo suizo.

En Reino Unido, España o Alemania, los clubes Cosworth mantienen viva su memoria, organizando eventos donde los motores vuelven a rugir como en los viejos tiempos. Ese sonido —el silbido del turbo, el bramido metálico del cuatro cilindros— sigue siendo capaz de acelerar el pulso de quien lo escucha.

Más que un coche

El Sierra RS Cosworth fue, y sigue siendo, una experiencia. No era un coche fácil ni cómodo, pero era auténtico. En un mundo donde la perfección tecnológica ha borrado muchas imperfecciones que daban alma a los automóviles, el Cosworth representa la imperfección hermosa: el coche que vibra, que exige, que emociona.

Su legado va más allá de los cronómetros y las estadísticas. Está en la memoria colectiva de quienes vivieron su era, en los sueños de los que crecieron viéndolo rugir en los rallyes, y en la admiración de las nuevas generaciones que lo descubren como un icono atemporal.

El rugido que nunca se apagó

Aunque las líneas de montaje se detuvieron hace más de treinta años, el espíritu del Sierra Cosworth sigue vivo. Cada vez que uno de estos coches arranca, cada vez que el turbo sopla y el cuentarrevoluciones trepa con furia, el tiempo parece retroceder.

El Ford Sierra RS Cosworth no pertenece al pasado: pertenece a la historia. Y la historia, cuando está escrita con gasolina, acero y pasión, nunca deja de latir.

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